Jordi Soler: "La vida és un fracàs absolut"




[Entrevista]
Jordi Soler és un escriptor mexicà d’anomenada amb un nom català. No pot dissimular ni una cosa ni l’altra. Ei, tampoc no ho prova. Parla amb la tranquil·litat tropical dels ben cofats i també amb la insolència i l’ímpetu dels altres, els escabellats. Li agrada expressar-se bé, dialogar millor, perdre’s convenientment, retrobar-se aviat, provocar a estones, i fer glops. Riure. I li agraden les bones històries, escriure novel·les espaterrants, fer llibres bons que, si pot ser no passin mai. Llibres a mig camí entre la memòria familiar i la ficció com Los rojos de ultramar (2004), La última hora del último día (2007), La fiesta del oso (2009), o la fascinant història protagonitzada per Antonin Artaud i el bàcul de sant Patrici, el d’Irlanda, Diles que son cadáveres (2011). Abans vivia allà i ara viu aquí, a Sant Cugat, concretament. Hem parlat molt abans de la seva conferència a Olot del dia 20 d’abril de 2012, en el marc de la sèrie Temps de paraules (Biblioteca Marià Vayreda i Institut de Cultura d’Olot), dedicada enguany a la literatura de no ficció. Soler té un magnetisme bondadós, una gràcia que no es pot ni descriure ni provar d’evitar. El sents parlar i sembla un conte de Ramon Vinyes, una d’aquelles històries que et fan fantasiejar. Quins prodigis mestissos no hauríem pogut haver amb un pamet de terra catalana al Nou Món. Encara que només hagués estat un pamet sense la rancúnia de ningú. 




Jordi Galves: La teva família, Soler, no formava part de la minoria intel·lectual que es va exiliar a Mèxic. 


Jordi Soler: Yo soy, de hecho, el primer Soler que nace en México, de mi rama familiar y nos confunden mucho. Es normal, Soler no es un apellido muy común en México y al final acabamos todos asociados. Yo creo que, en realidad, sí que somos parientes todos. El tema del exilio es un tema no demasiado popular en México pero sí que es un tema importante. Hay que tomar en cuenta que cuando llegaron los exiliados a México, y por exiliados quiero decir la inteligencia española, catalana, que se fue a diversos países buscando una nueva oportunidad de vida. A México llegaron un montón de españoles y de catalanes, que acabaron transformando la vida cultural mexicana. México tiene una gran deuda, una deuda feliz con los exiliados que llegaron. Hay que tomar en cuenta que de aquí se fue la inteligencia, la gente que combatía a la dictadura que iba a venir. México se llenó, como pasó un poco en Venezuela, en Argentina, en Rusia... Ahí se fue lo mejor que tenia España. Había poetas... políticos... En México había sesiones del parlamento de la República. Todos los republicanos que salieron expulsados de aquí hacían sesiones en el parlamento mexicano para mantener la República en Latinoamérica. Es decir, que todos los referentes republicanos en Latinoamérica son absolutos. Son referentes que han logrado cambiar o permear la sociedad mexicana durante muchas décadas. 

J.G.: L’exili del que tu parles no té a veure amb l’exili dels intel·lectuals catalans al que estem acostumats. Tu segueixes l’impuls del teu avi Arcadi que un bon dia, a Barcelona, decideix no tornar a l’oficina i marxar. Ho expliques a Los rojos de ultramar. 

J.S.: Es diferente, por supuesto. En el exilio, como en la vida, hay clases sociales, y mi familia era de exiliados de tercera categoría. Los de primera categoría quedaban en el D. F., en la ciudad de México, porque ahí inmediatamente se enchufaban. Los que eran maestros se enchufaban en la universidad, los que eran escritores inmediatamente tenían un cenáculo de escritores donde podían dialogar y conseguir oportunidades... Por ejemplo, Max Aub, que se queja mucho en sus libros, (es el escritor más quejica que he leído en mi vida) llegó y lo hicieron director de Radio UNAM, que es una frecuencia de radio muy importante. Si tenías cierto pedigrí intelectual o científico, lo que tocaba era ir al D. F. Porque ahí te podías conectar con los médicos, con los intelectuales... Pero mi abuelo, que era un soldado, un muchacho que había estudiado para ser abogado en Barcelona, de pronto llegó la guerra, se inscribió en el ejército republicano y nunca pudo continuar su carrera. Mi abuelo llegó como un personaje sin ninguna categoría. Llegó a Nueva York, de Nueva York vino ayudado por un cónsul mexicano, tuvo que bajar en tren hasta la frontera mexicana, lo cual era... es, todavía, un viaje brutal...

Y de la frontera mexicana viajó hasta Veracruz, que es un tramo muy violento hoy en tren todavía hoy en día. Llegando ahí se dio cuenta que ir al D.F era inútil porque él era un exiliado de tercera categoría, no tenía contactos en el D. F. Vio como era capaz de montarse una vida en Veracruz, en un pueblo donde llegaban muchos exiliados españoles. Todos entraban por el puerto de Veracruz y luego bajaban a la Ciudad de México. Los que calculaban que en la Ciudad de México no podían hacer nada se iban quedando en los pueblos, y mi abuelo en el pueblo que se quedó se encontró con cinco exiliados que estaban más o menos en su misma situación y con el tiempo se pusieron a montar un negocio ahí, lejos de la Ciudad de México. Esos no tenían más que su voluntad de seguir adelante, no tenían contactos, no tenían nada. De hecho, en el futuro, ya nunca tuvieron contacto muy directo con los exiliados de primera categoría que estaban en la Ciudad de México. Por supuesto los frecuentaban. Mi abuelo, como cuento en unas de mis novelas, acabó financiando un complot para matar a Franco, que falló, por supuesto, pero esto lo hacían como... iban como turistas en la Ciudad de México. Eran exiliados de tercera. No iban nunca al D. F., montaron su vida en otro sitio. 

J.G.: Era la distinció de l’època que diferenciava entre gachupines (emigrants econòmics) i refugiados. 

J. S.: Es una clasificación que hoy en día sigue vigente. Yo soy refugiado en México, y ante los gachupines tenemos cierta visión. Hay los gachupines que llegaron antes que son los que iban a hacer dinero y emigraban por cuestiones económicas, querían ganarse la vida... los indianos son los gachupines. Pero los emigrantes a los que se les obligó a irse de aquí, (es el caso de mi familia), eran refugiados. Nosotros somos refugiados. 

J.G.: La literatura catalana que es creu tan cosmopolita havia parlat ben poc d’altres països abans de l’exili. 

J.S.: Sí. Pienso en Pere Calders que es desde mi punto de vista el escritor emblemático de toda esta historia. Hubo un exilio catalán en México y hubo quien se adaptó, quien no se adaptó, quien se quedó ahí, quien regresó después de la muerte de Franco... Pero Pere Calders hizo una obra en México, es un escritor que me conmueve mucho porque era un tío que lo que quería era escribir. Necesitaba una silla y una mesa, y daba igual donde estuviera. Tiene esta novela de L’ombra de l’atzavara. Es una novela rara, quizá en clave un poco histérica de un tío que está viviendo en México, pero que es catalán, que no sabe si va a regresar... Y en este torbellino emocional escribió esta novela. Es una novela fallida, con un mal final, con un aura policíaca que no tiene porque tener. Sin embargo parece una novela muy conmovedora porque es el testimonio de un emigrante catalán, en México, que no tiene otra opción más que estar en México. Se casa con una mexicana, tiene un hijo al que le pone Jordi. Si tienes un hijo en México le pones Jordi, yo soy el ejemplo, y como nadie entiende el catalán que habla, el personaje de Pere Calders acaba hablando en catalán con su perro. Le dice “Tráeme las pantuflas” en catalán. Ése es todo el catalán que habla. A mí como hijo de toda esta historia me parece fundamental. No es una gran novela, pero me parece que es uno de estos libros que cuadran perfectamente, el escenario de una época que fue. 

J.G.: La teva obra va a buscar l’èpica de la teva memòria familiar, en part per confirmar-la i, en part, per desmentir-la. 

J.S.: No sé si en todos los escritores, pero para mí la memoria es el músculo de mi literatura. Yo tiro siempre de la memoria, incluso cuando no es verdad. Tiro de la memoria como método de escritura. Las novelas no pretenden contar la verdad, sino cuentan algo que parezca verdad. Es el pacto que tenemos los novelistas con nuestros lectores. Yo escribo siempre pensando que lo que estoy escribiendo tiene que parecer verdad. El que me está leyendo tiene que estar pensando que esto es verdad, aún cuando en términos relativos, mundanos, no sea verdad. Da igual. Hay una verdad literaria. Si una novela es leída como verdad, es verdad. Yo estoy por la verdad literaria; no nada más en mis libros, también en la vida. Me parece que la verdad está, en primer lugar, sobrevalorada, y en segundo lugar, bastante mal enfocada, porque hay cosas que nos presentan como que es la verdad y resulta que es una ficción, que alguien nos cuenta. Los novelistas siquiera tenemos la decencia de establecer que lo que estamos contando es una ficción. Pero esta ficción es también una verdad literaria. Yo estoy exactamente ahí. No voy a revelar que partes de mis novelas son verdad y que partes las he inventado pero quiero decir que todo esta construido para que parezca verdad. De pronto, tengo la sensación de que la vida es muy mentirosa, y la ficción, las novelas, nos permiten ordenar la realidad. La vida normal de cada quien va pasando de un lado a otro con unas escenas que se disparan de una manera inverosímil. Vas en un flasforward para acá y en un flashback para acá todo el tiempo, todos los días, y la novela tiene la nobleza de que te presenta una historia perfectamente ordenada. Mi historia personal, la que he vaciado en estas novelas, que es verdad, que hay mucha historia personal mía, pues yo creo que al final el trabajo ha sido de ordenar esta realidad, que es mérito de la ficción. La ficción ordena.

Yo tengo unas memorias caóticas, una historia personal caótica también pero que he tratado de ordenar en estas novelas y al final lo que ha quedado es esto, una novela. Ahora, si me preguntas qué has inventado en cada novela, ya no es que no quiera decírtelo, es que ya no sé qué decirte, porque una vez inventada la historia, una vez ordenada, ya has invadido el ámbito de las personas, como es en mi caso, porque en estas tres novelas que tienen que ver con la Guerra Civil, he invadido el ámbito personal de las personas. Hay un personaje que es mi madre, hay un personaje que es mi padre, mi abuelo... hay personajes que tienen que ver conmigo. Y estos personajes a partir de estas novelas han ido matizando sus historias y más o menos colocándolas en la línea que yo he propuesto en mi ficción. Lo que quiero decir es que la ficción al final nos ayuda a ordenar la realidad. A mi me ha funcionado porque soy novelista. Yo vivo de esto. Voy escribiendo historias, voy tirando de un lado y de otro, pero también es verdad que acabo ordenando la vida de las personas. Y más allá. Además estas novelas de la Guerra Civil tienen un componente sociológico que yo no había calculado. Yo empecé en escribir Los rojos de ultramar en Irlanda en mi oficina, en la embajada donde trabajaba entonces, sin ninguna pretensión histórica, todo era ambición literaria. A mi me parecía que Los rojos de ultramar era una historia cojonuda, que había que escribir, y que si no la escribía yo la iba a escribir otro, y me adueñé de esta historia, me la apropié, me la agencié, para ponerlo en términos de Gilles Deleuze, el filósofo francés. Me agencié esta historia y la escribí. Pero con los años me he ido dando cuenta de que esta historia representa a muchas personas, que por otra parte es la magia de la literatura; uno escribe una historia personal y resulta que es una historia universal. Me pasa mucho en Cataluña, y sobretodo el en sur de Francia, que se me acercan personas que me dicen “Tú has escrito mi historia”, y yo lo que he hecho, modestamente, es escribir una historia literaria que me parecía cojonuda. Quiero decir que estas novelas han desamarrado un tema que me sobrepasa. A mí cuando se me acerca un señor que estuvo en el campo de Argelès-sur-Mer como yo narro en mis novelas y me dice “Yo estuve ahí”, “Yo tuve un hijo ahí”, yo me siento absolutamente sobrepasado y un poquito farsante. Porque yo soy la parte feliz del exilio, yo soy el nieto del exilio. Yo nací en México en una plantación de café, teníamos una vida muy cómoda... Soy hijo de unos señores que lo habían pasado muy mal en Barcelona y nieto de un abuelo que había estado preso en un campo de concentración francés durante dos años. 

Campo de concentración: esta es una cosa que no se dice mucho, pero en Francia había campos de concentración. Mi abuelo vivió dos años en una playa, en Argelès-sur-Mer, donde no había ni techo, ni por supuesto enfermería... En fin... todo esto lo narro con mucho detalle en mis libros. Quiero decir que cuando una de estas personas que, para mí, han sido personajes, porque yo he construido un mundo literario a partir de esta historia. Cuando una persona real se acerca a mí y me dice: ”Yo estuve en Argelès-sur-Mer y las pasé putas”, yo me siento un poco farsante. Yo soy un escritor, yo transmito lo que pretendo decir. Con un éxito relativo (a veces más, a veces menos, esta es otra cuestión). Pero cuando me topo con la realidad me parece que, por una parte, estoy prestando un servicio porque estoy manifestando una historia que es una cosa horrenda y que todos deberíamos saber y creo que la novela es el vehículo para presentar esto. Pero, por otra parte, yo soy el flanco cómodo del exilio, yo he vivido toda la vida muy bien, yo no soy exiliado, yo vivo en Barcelona porque quiero. 

J.G: Si hagués estat la història dels teus veïns no t’hauria captivat tant com saber que és la història de la teva família. Des de la Guerra Civil no hi ha hagut un esdeveniment històric tan èpic, un conflicte tan literari entre bons i dolents. 

J.S.: Si hubiera sido la historia de mis vecinos por supuesto que la habría escrito desde otra perspectiva. Es curioso porque escribí estos tres libros (no sé si habrá más) viviendo en Irlanda, quizá porque tenía la perspectiva perfecta. Yo nací en un país pero pertenezco a otro, y en Irlanda me sentía en un punto emocionalmente equidistante entre Veracruz y Barcelona. Digo que es curioso porque antes de llegar a Irlanda yo escribí cuatro novelas que no tenían que ver con el tema del exilio, aunque siempre todas mis novelas, yo ahora me he puesto a hacer un análisis a posteriori del tema, pero es verdad que en mis novelas anteriores a mi exilio en Irlanda, todas tienen personajes que van de un lado a otro por el mundo. Gente sin padres, gente que vive en un país que no le correspondía... En fin, mi historia personal. Si creo que, como dices, si esta historia hubiera sido la de mis vecinos no hubiera tenido la hondura, la profundidad que han tenido estas historias, por supuesto. A mí esta historia me pilló en un momento raro de mi vida. Yo toda la vida he sido escritor pero cuando me pilló esta historia resulta que estaba siendo diplomático en Irlanda. Es una cosa rara, yo había llegado ahí porque el ministro en esta época quería mandar escritores al extranjero y un día me llamó a mi estudio y me dijo “¿Adónde quieres ir?”, y yo que estaba a punto de tener un hijo pues elegí Irlanda por varias razones: porque veo un montón de referentes literarios y musicales, y además porque el pediatra en inglés me parecía más potable que en otra lengua y, al final, acabamos Irlanda. Estaba en Irlanda, vivía en inglés, que es quizá mi segunda lengua, tengo un montón de amigos en inglés, tengo una vida en inglés, porque yo cuando era joven viví en Canadá... yo tengo una historia en inglés muy importante, un fantasma inglés, que me asaltó ahí. Estaba en mi oficina, en inglés todo, me llamó Álex Martínez Roig, que era el director de El País Semanal, la revista que sale todos los domingos, y me dijo “He leído un libro tuyo donde cuentas que naciste en la Portuguesa, en un sitio, en México donde se hablaba catalán, me ha parecido una rareza tan extraordinaria que me gustaría pedirte un artículo”. Y al meterme en este artículo me metí en mi vida de exiliado catalán en México. Es decir, esto es así. Si mis vecinos hubieran sido los catalanes, me hubiera importado muy poquito. A lo mejor me hubiera dado para un cuento, no para tres novelas. 

J. G.: Ara vius a Barcelona. Al principi devies pensar, amb bona voluntat. No, no, no som tan diferents. Però després passa el temps i te n’adones que, realment sembla mentida, però sí, som tan i tan diferents.... 

J.S.: Que pregunta me estás haciendo... Muy bien. Me apetece mucho, mucho, lo que pasa es que no me lo pregunta nadie, te lo digo porque me parece estupendo que me lo digas. Yo soy una persona híbrida, tengo, para empezar, dos culturas, he nacido en México y he sido criado por una familia catalana. Tengo esas dos culturas y luego me he ido amestizando durante toda mi vida. Tuve un período de diez o quince años donde fui director de una estación de radio muy importante en México en donde mis interlocutores eran estrellas de rock. Yo viajaba muchas veces al mes sobretodo a Nueva York a hablar con Mick Jagger, con David Bowie... En fin, tenía una vida muy de la farándula, pero la verdad es que siempre he tratado de bajar a todo esto o elevarlo al nivel literario. De todo esto han salido libros, tengo libros en donde hablo de todo esto, cuentos, novelas... En fin, todo esto ha sido ni más ni menos el pasto literario de mi historia. Esto es así. 

Cuando era niño teníamos una visión ideal de Cataluña, idílica, que es la visión perfecta. Todos los días en casa se izaba una bandera republicana, hablábamos en catalán, un catalán amestizado porque mi familia llevaba 30 años en México, un catalán verdaderamente mestizo, pero yo crecí sintiéndome catalán, mi primera opción de vida es ser catalán, y ser culé, ser del Barça, porque era una de nuestras identidades en aquella selva mexicana que estaba muy lejos de aquí. No solo de aquí, sino también en México. Es una selva muy remota, que es el sitio donde nací yo. Teníamos un montón de referentes catalanes, leíamos tanto la poesía de Joan Brossa como la prosa de Juan Marsé, y oíamos a Joan Manuel Serrat. Des de entonces establecí mi Santísima Trinidad, establecida por un niño en la selva en México, quiero que esto se comprenda muy bien. Esta Santísima Trinidad era la mía y la de mi hermano, que la compartíamos. Era Joan Manuel Serrat, Juan Marsé, Johan Cruyff. Cruyff o “Cruif”, depende de la pronunciación. Era uno de nuestras puertas a Cataluña. Durante toda mi vida me he situado en mi cartografía personal como catalán. He nacido en Veracruz pero soy hijo de catalanes. Toda mi vida he tenido un referente catalán, si me preguntas que soy, en Finlandia, te digo catalán. Yo soy catalán desde que nací. De hecho me parece que soy más catalán que los catalanes que viven aquí, porque yo llevé a Cataluña durante treinta y tantos años a cuestas, defendiéndola, en un sitio donde nadie sabía que era Cataluña. Yo creo que tengo bastantes más méritos que muchos catalanes. Aún cuando el establishment catalán me ignora absolutamente, no se da cuenta de lo que hago... En fin... Ya me he perdido de tu pregunta…. 

J.G.: Et preguntava com canvia la percepció de les diferències entre la gent de Mèxic i la de Catalunya.

J.S.: Mi paso por Irlanda, que es donde me establecí con muebles, porque yo había pasado por Canadá. Yo he sido un nómada toda la vida, quizá es verdad esperando el momento de regresar a Barcelona, de donde es mi familia. Cuando llegué a Barcelona me desconcertaron muchas cosas, como también me gustaron otras. En primer lugar, el llamarme Jordi. En Barcelona me pareció una cosa extraordinaria, que tu nombre, que parecía una rareza en otro lado, de pronto en Barcelona es lo normal, llamarte Jordi. Y Soler es un apellido normal en Cataluña, que no era normal cuando yo vivía en México. Pero también me desconcertaron muchas cosas. A mí por ejemplo el discurso nacionalista catalán me desconcierta, no acabo de entenderlo. Me siento profundamente catalán, creo que he hecho más por Cataluña que muchos catalanes de aquí, yo voy por el mundo con las traducciones de mis libros, aquí no se enteran ni les importa, pero creo que he hecho más por Cataluña de lo que piensan que es aquí. Hay que abrir los ojos, tirarse al exterior, volar, no estar amarrados a la raíz catalana, que empobrece mucho. Yo soy un catalán de ultramar y me ofende mucho que los catalanes crean que la raíz es estar atado al metro cuadrado donde has nacido. Esto no solo me molesta, me ofende. Yo creo que el buen catalán vuela por todo el mundo, enseña la riqueza de Cataluña, no está con estas tonterías del nacionalismo, de los partidos políticos... No digo más. 

J.G.: En els deu anys que portes a Catalunya ¿no penses que hi ha motius per defensar la identitat catalana enfront de l’espanyola? 

J.S.: A mi me parece que hay que sumar. En el factor diferencial (que es evidente); Cataluña es un país, tiene su lengua, yo estoy por eso, pero es evidente que está en un contexto, está dentro de España, dentro de Europa. Yo creo que el factor político, que lo jode todo, al final los políticos lo joden todo, los políticos cada vez menos tienen que ver con la realidad. Yo creo que las personas normales, con las que hablas por la calle, no tienen ningún problema con el tema catalán. En España, es muy raro que te encuentres y te digan “No, es que...”. Es muy raro. Es tan raro que yo empiezo a sospechar que es una ficción política. Yo voy a Madrid mucho y por mi nombre, que es catalán de una manera obscena, me toca defender muchas cosas, pero también me parece absurdo defender estas cosas. Una: yo he nacido en Veracruz. Yo tengo una concepción de la catalanidad bastante más potente que los catalanes de aquí, con perdón. Yo, si me apuran, soy más catalán que un catalán de Olot, porque yo he defendido esto durante años. 

J.G.: ¿No penses que a Irlanda són molt nacionalistes també? I ja no diguem a Mèxic... 

J.S.: Yo paso de los nacionalismos, en general. El mexicano me parece absolutamente ridículo. Pero en Irlanda me encontré frente al nacionalismo catalán con mucha empatía porque en Irlanda, en la parte de la República, (porque Irlanda es un país dividido, está Irlanda del norte y la República, y yo vivía en la República), y suscribía por supuesto todos los elementos republicanos, o sea, lo que hace república un país donde vives. En fin, yo reivindico en primer lugar la República, al lado, reivindico mi catalanidad; me desconcierta el nacionalismo, me da vergüenza. En un mundo donde se tiende a ser parte de un todo... Yo soy así, nací en un país pero he pasado por muchos países, mis hijos han ido naciendo en distintos países y mi mujer es hija de un francés y un bielorruso. Yo estoy por la cosa mundial, y los nacionalismos me parecen ridículos. Y yo soy el primer defensor de lo catalán por todos los sitios donde voy, pero la catalanidad defendida en Cataluña me parece ridícula, aquí no, aquí no defiendo lo catalán. 

J.G.: T’agrada ser incòmode. A la teva novel·la Diles que son cadáveres t’atreveixes amb una cosa tan sagrada per als irlandesos com el bàcul de Sant Patrici

J.S.: Ya te he visto venir... Sí, me encanta, la desmitificación; es lo mío. En estas novelas de la Guerra Civil es muy claro, pero en el resto de mis novelas, que son o que serán el corpus importante de mi biografía, lo que más me gusta es la desmitificación. De hecho, en mis novelas de la Guerra Civil lo que hago es desmitificar la Guerra Civil, desmitificar el exilio. Ahora está a punto de salir un volumen con las tres novelas de la Guerra Civil que se va a llamar a petición mía La guerra perdida. Creo que hay todo un espectro, las cosas que no funcionan, que no triunfan, que no son lo de hoy, que no son rentables, que me parece que es el espectro donde, desde mi punto de vista personal, los escritores tenemos que ilustrar porque es parte de la vida. En realidad, la vida es fracaso, la vida son proyectos truncados, la vida son relaciones fallidas, la vida es que la has cagado en todo y, de pronto, sale ahí algo, un triunfo ridículo en comparación de los fracasos que has tenido. A mí esto como escritor y como persona me queda muy claro. La vida es fracasar. De pronto hay ahí una cosa que te hace ver que el fracaso tiene un sentido, pero no es verdad. La vida es un fracaso absoluto, y en mis novelas esto está muy patente. En la novela de Artaud esto esta muy patente. Hay una hagiografía del poeta, una biografía exaltada, la santidad del poeta, un tío sobrenatural, pero resulta que en lo que acaba esto es en un tío que está mendigando en un mercado del París. ¿Qué es esto? El gran arte universal, desde mi punto de vista, la expresión máxima del ser humano es la poesía. Yo creo eso. Yo no creo que nunca, en mis casi cincuenta años de edad, nunca, me he conmovido tanto, en nada, ni en una manifestación, ni en la naturaleza, porque la naturaleza es una mierda con frecuencia, nunca me ha conmovido algo tanto como lo que me dice un poeta. Yo creo que el mundo está diseñado por los poetas, y Diles que son cadáveres es un homenaje a los poetas, y además es una reflexión de que los poetas no servimos para nada. Todo es una puta mierda. 

J.G.: Abans de marxar, explica’ns la història d’aquesta petaca tan curiosa que portes 

J.S.: Esta es una petaca, una nalguera en términos mexicanos, porque es una cosa que te pones aquí, que me enviaron unos lectores mexicanos de una historia policíaca que voy montando en internet que se llama La revancha de Emiliano Conejero. Y estos colegas mexicanos me enviaron esta petaca que yo llevo a todas partes porque me parece el fundamento de mi buena suerte des de que me la enviaron. Me parece que cualquier cosa que genere en mis novelas, este mundo de ficción (que es aparentemente todo de ficción), de pronto cobra realidad en una petaca como esta. Yo esta petaca no la suelto nunca, porque es producto de mis novelas y del cariño de la gente que las lee.


1 comentaris:

  • D. Sam Abrams says:
    26 de maig del 2012, a les 18:05

    Excel·lent document literari i humà. Enhorabona, Jordi.

    D. Sam Abrams