Jorge Edwards: "El poder sabe muy poco de literatura"





[Entrevista] El passat 5 de maig, Jorge Edwards va venir a Olot per fer una conferència, directament des de París, on és ambaixador de Xile. Fem una passejada, voltem per la ciutat amb tot d’amics i  d’admiradors  d’aquest escriptor inclassificable, memòria viva de  l’esclat llatinoamericà. Naturalment, parlem de política francesa, dels maldecaps  d’Europa i, sobretot, del seu darrer llibre, extraordinari, un dels que més m’estimo: La muerte de MontaigneAmb aquest títol tan fúnebre no en vendré ni un diu enriallat. Ewards és petit i eixerit, nerviós, divertit, elàstic ara que ja ha fet més de vuitanta anys. Si te’l mires de ben aprop sembla Jaume Sisa americanitzat. Vist de lluny un personatge de Forster cobert d’una rara, tènue, vaporositat. Em sap greu que quan volia que parléssim de Catalunya se mha fet escàpol. Com quan li he dit que la llengua domèstica de Montaigne era l'occità.


Jordi Galves: Vas conèixer Octavio Paz aquí, a Barcelona.


Jorge EdwardsMe acuerdo muy bien de como conocí a Octavio Paz. Llegó en enero del año 74 a Barcelona, y se fue a ver a su viejo amigo Carlos Barral, que en ese momento era editor mío. Había sacado la primera edición de Persona non grata, y resulta que Octavio Paz había leído ya ese libro, en México. Entonces preguntó por mí; yo no lo conocía. Carlos me llamó, nos encontramos, apareció Vargas Llosa, que vivía en Barcelona... Era una época así, todos nos encontrábamos rápidamente, no había ningún problema, uno se veía con Vargas Llosa, otro se veía con otros escritores latinoamericanos... Yo creo que García Márquez acababa de partir, de regreso, pero siempre estaba la gente pasando por Barcelona. Estaba Juan Marsé, estaba Castellet... Estaba toda esa gente. Era un mundo literario. Resulta que los extranjeros que venían a España iban sobretodo a Barcelona, más que a Madrid. Madrid era como el símbolo del franquismo, de todo eso. En cambio, llegaban a Barcelona y había un aire, por lo menos, de mucha mayor libertad intelectual. Iba Enzensberger, Umberto Eco iba. Muchos más, no me acuerdo. No voy a dar nombres, pero son muchos. Era una vida intensa, divertida, rica...

J.G.: Unes relacions molt bones que contrasten amb l'enemistat d'ara entre García Márquez i Vargas Llosa.

J. E.: Es que con el caso Padilla, que fue el caso que yo viví y que yo relaté en Persona non grata, se produjo una división entre lo que se podría llamar un ala liberal, algo crítica con el marxismo aplicado en Cuba, digamos a la cubana, y un ala más marxista-castrista. Esta división fue inevitable y yo a veces me pregunto cuáles fueron las causas de fondo. Por ejemplo, un gran amigo de Mario Benedetti, que fue uno de los que quedó al otro lado, por así decirlo, me dijo “Él le debía tanto a la revolución cubana, le habían salvado la vida, cuando la dictadura en Uruguay le perseguía, entonces él no podía cambiar”. Él tenia también una visión crítica, comprendía lo que había pasado, pero claro, él no quería ser desleal... y que sé yo. Pero era una época apasionante, y yo tengo un gran recuerdo de Barcelona, de esa Barcelona.


J.G.La política ha condicionat les relacions humanes i la percepció literària. A García Márquez li van donar el Nobel molt abans que a Vargas.



J.E.: ¿A quién perjudica eso? A Borges nada, fíjese usted que Borges esta ahí incólume, y es de los escritores más respetados de lengua española del siglo XX. Eso perjudica al Premio Nobel, pero no a Borges. La literatura se impone, finalmente. Por lo menos yo, que soy un escritor optimista, pienso que, al final, el valor de la literatura y el valor de la palabra tiene su fuerza y consigue imponerse. A lo mejor es pecar de un excesivo optimismo, pero en fin, hay que mantenerse así.



J.G.Un cosmpolita com vostè ¿com valora que la Barcelona daurada que tan vindiquen els escriptors llatinoamericans fos precisament la Barcelona de la dictadura del general Franco? I que, en canvi, parlin amb poca simpatia de la Barcelona actual, molt més catalana. 

J.E.: Lo que es una realidad, porque lo demás son rumores y cosas sutiles, es que la gran edición española, en lengua española, de la literatura latinoamericana del siglo XX se produjo acá. Se produjo antes en Argentina, pero después hubo problemas en Argentina, y se produjo hasta cierto punto en México, sobretodo con el Fondo de Cultura Económica. Estuve leyendo anoche, por casualidad, la primera edición de Rulfo, de Pedro Páramo y El llano en llamas. Son ediciones mexicanas, pero ahora uno lo mira con sorpresa, porque ahora uno esta acostumbrado a la edición en lengua española de los latinoamericanos que se hizo casi toda en Barcelona. No toda, pero casi toda. Ahora ya Madrid también es un centro editorial, con algunas editoriales grandes, pero Barcelona sigue siendo un gran centro editorial en castellano muy importante para un latinoamericano, porque si yo hago un libro mío en Chile, solamente en Chile... Bueno, lo leen mis amigos, lo leen unas personas más, lo leen tres ciudades de Chile, porque los libros en Chile ni siquiera circulan muy bien, es un país con esa geografía alargada... Entonces para que lleguen al norte, para que lleguen al sur, es un drama. En cambio, si uno ha publicado un libro con Carlos Barral, en Seix Barral, ese libro iba a todos lados, a Buenos Aires, a México, a todos lados. Es una cosa que no se puede discutir. Son grandes hechos de nuestra cultura literaria, en realidad.


J.G.: ¿Creu que hi ha una certa desconsideració d'Europa respecte a Iberoamèrica?

J.E.: Voy a hablar de eso mismo en la conferencia que vamos a hacer. A veces los europeos ignoran mucho el mundo latinoamericano, pero hay un fenómeno que yo considero nuevo: los europeos a veces ignoran mucho de ellos mismos, y de su pasado literario, cultural, humanista, estético... Y de repente aparece un hombre como Borges o muchos otros: un Vargas Llosa, que sabe más de Flaubert, de Madame Bovary y de la Educación sentimental que los propios franceses. O un Borges que sabe de los filólogos ingleses más que los ingleses. Borges dijo, en una ocasión, “ahora los europeos somos nosotros”.

J.G.: Sé que ha acabat un últim llibre després de La muerte de Montaigne.

J.E.: Yo escribo mucho a pesar de que soy diplomático en este momento. Fui diplomático en épocas muy pasadas, y por un tiempo no muy largo, pero después me ofrecieron lo único que yo no podía rechazar. Me ofrecieron ser embajador en París, y yo digo (“si digo que no van a creer que estoy idiota, que estoy reblandecido”). Pero yo sigo escribiendo a pesar de ser embajador. Es muy cansado hacerlo, y creo que voy a volver a ser escritor en estado puro pronto, porque sino estoy muy viejo para esperar, y yo quiero hacer un tiempo de escritura, de reflexión, de libertad y de lectura sin depender de las órdenes ministeriales y de las visitas que pasan. Los chilenos tienen una enfermedad que fue descrita en Chile, en la literatura chilena, que se llama parisitis, que es una enfermedad grave. Por ejemplo, llega un ministro chileno en París, y yo lo tengo que recibir. Llega con veintidós, llega con treinta, llega con quince, y de todos hay que ocuparse y todos quieren de todo, y qué sé yo. Y las embajadas son muy limitadas en realidad, tienen muy pocos medios. Así que seguiré escribiendo, pero cuando nos encontreos de nuevo le voy a decir, la diplomacia quedó atrás: me despedí y ya no volví más. 

J.G.: A París vostè va conèixer Pablo Neruda. Un dels llibres que més m'agraden de vostè és el que li va dedicar: Adiós, poeta.

J.E.Quiero decir una cosa. El otro día se me preguntó “¿Cómo cambió tu vida cuando trabajaste con Neruda?”, pensando que yo iba a decir “hombre, fue una maravilla” y qué sé yo. Yo le dije “cambió porque tuve que trabajar el doble”. 
[Neruda] Tuvo un final muy triste, porque tenía una enfermedad que lo minaba y que lo angustiaba mucho, porque él sabía que se iba a morir de esa enfermedad, y la gente disimulaba, pero él lo sabía. A mí me dio muchas indicaciones de que, en realidad, sabía perfectamente lo que le estaba pasado, pero no quería comentarlo. 

Yo, a Neruda, lo conocí muy chico, primero lo empecé a leer de adolescente y lo leíamos entre mis amigos, en mi generación. Era una especie de mito literario que además estaba lejos de Chile, entonces era un mito en todos los sentidos. Cuando publiqué mi primer libro, tenía veinte años todavía, yo vi en la lista telefónica de Santiago la ene, y ahí aparecía Neruda. (Después ya nunca apareció en la lista, pero entonces estaba). Y yo hice un paquete, (era muy malo para hacer paquetes), así que hice un paquete muy mal hecho y lo llevé a correos y se lo mandé a Neruda, a su dirección. Pasaron como dos o tres meses, y yo dije “Bueno, habrá tirado el libro a la basura y se acabó”. Pero iba por la calle, Santiago era una ciudad en la que todo era más pequeño, y un periodista, que era un loco noctámbulo y qué sé yo, me paró y me dice “Oye, Jorge, Pablo Neruda me ha dicho que te quiere conocer”. Entonces fuimos a su casa a verlo un domingo al mediodía y nos invitó a almorzar con él. Esta es toda una historia. Yo lo conocí mucho tiempo antes de que fuera embajador en París. Él me pidió con insistencia que yo lo acompañara a París. Yo estaba casado, (ahora soy viudo, pero en ese tiempo estaba casado) y mi mujer era una persona muy sabia y me decía: “no te vayas con Pablo porque te va a volver loco. Te va a explotar, te va a hacer escribir cosas todo el día, te va a volver loco”. Pero no le hice caso porque yo era mucho menos sabio que ella. Ella representaba la razón y el equilibrio, y yo no. Era más aventurero.

J.G.: A vostè sempre li han agradat aquest tipus de personatges poc convencionals, com el cosí del seu pare al que va dedicar El inútil de la familia.

J.E.: Tuve muchos amigos muy locos. Neruda decía que yo parecía muy cuerdo pero que en el fondo era completamente loco. Lo decía de mi. Yo creo que exageraba, que era una broma, yo soy un tipo bastante equilibrado como usted puede ver. Mario Vargas Llosa acaba de hacer un retrato mío y dice cosas que a mi me sorprendieron, porque dice que una vez me vio bailar arriba de una mesa... 

J.G.: El comunisme ha fracassat, a més a més, per avorriment. Perquè no pots sortir-te de la norma. D'això també parla el seu llibre Persona non grata.

J.E.: Si yo hubiera sido ecuatoriano, peruano, mexicano y llego a Cuba, me tomo unos cuantos daiquiris y lo paso muy bien. Qué se yo. Voy a las manifestaciones públicas y todo eso. Pero con un chileno, ¿Qué pasaba? Que la mitad del gobierno de Salvador Allende, una tercera parte, creían que la panacea era Cuba, creían que había que hacer algo exactamente igual en Chile. Yo me di cuenta de lo siguiente: si eso ocurría en Chile, yo iba a ser un exiliado, yo iba a ser un disidente, yo me iba a ir a algún lugar como Cabrera Infante, como tanta gente. Entonces yo no iba a tener país. Por eso yo reaccioné, porque me pareció que eso era la ilusión de la justicia, la gran ilusión del siglo XX, de la justicia social, de que hubiera todo para todos, pero que en la práctica el sistema producía una pobreza general. Enseguida producía un control de cada ser humano muy intenso, muy rígido. La gente hablaba con miedo. Cuando yo publiqué ese libro, aquí en España dijeron que yo era paranoico. Pero mire, a mi me iba a visitar el embajador de Yugoslavia, la Yugoslavia comunista, y cuando quería decirme algo serio me mostraba el balcón. El embajador de Polonia, el balcón. El de Rumanía... Y después hablaban en secreto, hacían papelitos. Nunca se decía Fidel Castro, se hacían unos gestos de una persona con barba. Decían: “dijo el otro día...”. Y hacían [dibuixa una barba amb les mans]. Entonces se sabía que era el barbudo el que lo había dicho. Vivíamos en ese ambiente como de sospecha, de control, de vigilancia... Y al comienzo era soportable, pero a medida que pasaba el tiempo era cada vez más difícil de soportar. 


Yo comprendo mucha gente que se tuvo que ir. Cabrera Infante, cuando leyó ese libro, me escribió una carta. Yo no lo conocía personalmente. Y me dice “No hay delirio de persecución ahí donde la persecución es un delirio”. Porque el espíritu de persecución se desarrolla de una manera enfermiza, porque cada uno quiere demostrar que es más comunista que el otro, que es más revolucionario que el otro, entonces está acusando a los demás... Es una cosa curiosa, es algo que está en el fondo de los seres humanos, y que hace que este sistema tan perfecto en la teoría, en la práctica puede ser bastante imperfecto. La prueba es que siempre hay disidentes. Mire usted... un disidente chino ciego. Me parece curioso, interesante. Y eso que a los chinos les va bien. Yo creo que los chinos van a tener que evolucionar y van a tener que abrirse, pero qué complicación, qué drama, qué dramas humanos hubo allí. 

J.G.: ¿La dicotomia entre llibertat i justícia social és una falsa dicotomia?

J.E.Yo creo que se puede acercar uno a la justicia social, y que hay que tratar de hacerlo, pero yo creo que la justicia perfecta no existe en la Tierra. Yo creo que puede estar en el cielo, pero no entre nosotros, pero uno se puede acercar, uno puede tratar de mejorar la sociedad, pero no puede pensar que va a hacer una sociedad perfecta a base de tres teorías, porque las cosas, la realidad, es muy espesa, muy densa, no se deja manipular de esa manera. Hay que tener mucho cuidado con esas cosas. Yo tomé mis distancias, adquirí un cierto escepticismo, está en La muerte de Montaigne, está en ese libro. Ahora he tenido una sorpresa buena. La editora de Tusquets me dice “Oye, tu libro se vende mucho, se ha vendido mucho más que la media y seguimos vendiendo”. Bueno, está bien, quiere decir que la gente conecta con eso de alguna manera, con ese sentimiento y con esa reserva, esa reticencia que uno adquiere a través de muchos años, de largos años. Yo estoy muy viejo ya, tengo ochenta años y todavía juego al tenis, eso se lo digo a los auditores.

J.G.: A Montaigne no li agradava el món del poder.

J.E.Montaigne estuvo cerca del poder y se alejó. Lo llamaron de la corte y él iba y se retiraba. En realidad lo que prefería en el mundo era leer y escribir y caminar por el campo y caminar a caballo. Le gustaban mucho los animales, le gustaban los pájaros, las flores, en fin, todas esas cosas. Y de repente le gustó una chica muy joven, pero no se sabe el detalle del asunto. Él lo podía hacer, porque era un pequeño propietario agrícola. Yo he tenido menos suerte que Montaigne. Yo tengo un apellido que en Chile es sinónimo de riqueza, y entonces es peor, porque si uno tiene un apellido y lo creen rico y resulta que no es rico es peor, es más complicado, porque en mi familia, que ya tiene dos siglos en Chile, hay una rama que se enriqueció, que no es la mía, mala suerte.

J.G.: Vostè diu, pensant en Cervantes, “Jo no sóc un boig que es pensa que és Michel de Montaigne”. 

J.E.Un profesor de francés me acaba de escribir una carta extraordinaria y me manda un ensayo escrito antes de que saliera mi libro. Pero él puso una nota sobre mi libro, porque es una comparación entre Cervantes y Montaigne, y entre El Quijote y los personajes de Montaigne.

A veces es muy compatible con el poder. Lo que ocurre generalmente con la gente del poder es que sabe bien poco de la literatura y le importa bien poco, le importa para lucirse y para vestirse. A veces quieren tomar una fotografía al lado de un escritor, entonces el escritor es una especie de mueble ahí, un adorno, un florero. Yo lo he experimentado eso, porque además he sido escritor en la diplomacia, imagínate. He conocido a jefes del estado. Personas que tengan un amor por lo literario, por el arte, en el poder, se pueden encontrar, pero es raro, bastante raro; y cuando aparecen, generalmente son buenos en su política, pero es difícil de encontrar.


J.G.: Què pot aportar l'educació literària a un polític? 


J.E.C"uando joven, dudaba menos y me equivocaba, ahora dudo más y tomó decisiones con más lentitud. A veces sigo una norma que tenía Montaigne. Montaigne decía “me abstengo”. Cuando no estaba seguro, cuando no sabía si podía tomar partido, cuando los argumentos del contrario lo impresionaban, él decía “Je m’abstiens”, y lo puso en una de las vigas de su estudio, lo hizo escribir ahí, lo hizo cincelar. “Me abstengo”. ¿Interesante no? 

J.G.: Una mica com li passa a Bartleby, l'escrivent, de Melville

J.E.Sí que es buena observación esa, no lo había pensado. Bartleby era un Montaigne a su manera, a lo mejor Melville había leído a Montaigne, es muy posible, porque muchos pensadores norteamericanos en esa época leyeron a Montaigne. Thoreau, por ejemplo, Emerson... Leyeron a Montaigne. Muy bien.

J.G.: Hi ha una frontera molt estantissa entre el que hem viscut i el que hem llegit, ¿oi?

J.E.Voy a decir una cosa. Yo estoy escribiendo unas memorias ahora mismo, y entonces cuando la memoria se va muy atrás es como la ficción, porque no recuerda todo y porque organiza los elementos en forma más o menos literaria, pero no con absoluta fidelidad de una realidad que ya se ha esfumado con los años. Cuando yo hablo de cosas que me ocurrieron a los seis años de edad, es literatura. Hay puntos en que mi historia y la literatura, la biografía y la ficción se cruzan. Yo he sido un escritor aficionado a la historia, al pasado, leo mucho historia, y a veces, cuando la historia es buena, me parece literatura.